
Es uno de los monolitos más imponentes que existen, es enorme, misteriosa y logra mezclar la etnoastronomía con la arqueoastronomía de una vez por todas. Si de impactar a los ojos se trata, la luna mexica supera con creces a la victoria de Samotracia que aunque la majestuosa obra griega es tiene un precioso e hiperreal trabajo en piedra -marmol-, Coyolxauhqui tiene una fuerza que es dificil expresar.
Me inclino desde el tercer piso del museo, veo en el fondo a la luna, con mi cámara trato de obtener la mejor imágen que pueda dar mi camara de 10 megapixeles, pero aunque logro la fotografía, la sensación de estar frente a la traicionera hija de Coatlicue se me desborda, nadie lo nota, pero entre mis ojos casi estallan las lágrimas de la emoción.

A la salida del museo se encuentra una reproducción de Coyolxauhqui, con los colores que supuestamente el monolito tenía, gracias a la porosidad de la piedra se logró obtener los colores antiguos, descubriendo que los antiguos mexicas usaron el rojo, ocre, azul, blanco y negro para pintar a la diosa lunar.
La tonalidad que los arqueologos han presentado Coyolxauhqui es relativa, el tono de los colores es apenas una aproximación.
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