Siempre he considerado que una de las cosas más
terribles que nos ha pasado a los latinoamericanos es que casi no nos
conocemos, viajar entre Centroamérica y Suramérica es exorbitantemente caro. Es
más barato un boleto El Salvador-New York, que uno El Salvador-Lima, asimismo
muchos suramericanos tienen que enfrentarse a complicados visados para
movilizarse entre nuestros países.
Hace un tiempo, un poco antes de conseguir mi residencia permanente en EEUU me negaron la visa mexicana, porque no tenía visa a EEUU (no la podía solicitar porque estaba vencida y me encontraba en las últimas de mi proceso con el INS de EEUU), a pesar que mi viaje era académico y me presentaría con una conferencia en el Museo Textil de Oaxaca y que esta sería quizás la octava vez que visitaría México, el cónsul mexicano me la negó, dos veces, la primera porque hacía falta una carta original del referido museo y la segunda porque el director de la institución no incluyó en el paquete de papeles una fotocopia de su pasaporte firmada por sí mismo, era obvio que no la enviara, yo no enviaría copia de mi pasaporte y mi firma a un desconocido en otro país.
Hace un tiempo, un poco antes de conseguir mi residencia permanente en EEUU me negaron la visa mexicana, porque no tenía visa a EEUU (no la podía solicitar porque estaba vencida y me encontraba en las últimas de mi proceso con el INS de EEUU), a pesar que mi viaje era académico y me presentaría con una conferencia en el Museo Textil de Oaxaca y que esta sería quizás la octava vez que visitaría México, el cónsul mexicano me la negó, dos veces, la primera porque hacía falta una carta original del referido museo y la segunda porque el director de la institución no incluyó en el paquete de papeles una fotocopia de su pasaporte firmada por sí mismo, era obvio que no la enviara, yo no enviaría copia de mi pasaporte y mi firma a un desconocido en otro país.
Tal negación es simplemente
porque la política migratoria mexicana está supeditada a la de los Estados
Unidos, ni que decir, escribí una carta formal quejándome por el trato recibido
en la embajada mexicana. Días después me llamó personalmente el cónsul, y él -algo
molesto- me indicó que le enviara lo solicitado y me darían la visa de
inmediato, para entonces presupuesto de mi facultad ya estaba cerrado y yo no
tenía mayor intención de viajar.
Todavía tengo pendiente regresar
a México.
Somos pueblos que han tenido una
historia similar, viajar entre nuestros países debería de ser un derecho de
todo latinoamericano, no podemos mantener políticas migratorias restrictivas
entre nosotros mismos porque nuestras autoridades se someten a las solicitudes
de otras regiones o por una xenofobia mal digerida, es más fácil que un europeo
entre a Costa Rica que un Nicaragüense, eso, desde mi punto de vista es un
absurdo.
Bogotá
German Puerta, colega promotor de la ciencia y director del
Planetario de Bogotá me escribió hace unos meses, me dijo que sería bueno que llegar a Colombia y compartiera un poco la experiencia de la posguerra salvadoreña, a mi me pareció estupenda la idea, pero siendo la conferencia en el Planetario de Bogotá consideré que tal reflexión debería de hacerse en función a la participación de la ciencia en la reconstrucción salvadoreña, que vale decir, que fue una de las grandes ausentes.
Sin dudarlo envié mi propuesta de conferencia a la autoridad de la Municipalidad de Bogotá y varios días después recibí la noticia que me aprobaban la conferencia dentro una Cumbre Mundial sobre la Cultura y la Paz en Colombia, que era una reflexión desde el punto de vista de la cultura sobre la esperanza que los colombianos tienen en su negociación entre la FARC y el gobierno, algo que podría traer la finalización de una guerra civil que lleva 50 años.
Sea como sea, logré colar la ciencia en un debate donde su principal participación fue de artistas, gestores de cultura e intelectuales, fue la única conferencia que tuvo a la ciencia y los científicos como protagonistas de una historia en la posguerrra slvadoreña.
Así que al finalizar Semana Santa viajé a Bogotá, fueron días bastante agotadores, porque había estado
en New York haciendo algunos trámites de mi residencia, así que con solo un día
de intervalo entre la Gran Manzana y San Salvador tuve que volar a Bogotá.
Luego de un vuelo relativamente
corto, de dos horas y media, llegué a Bogotá de noche dejando el avión en una
posición remota lejos de todo puerto de embarque, Avianca facilitó buses para
llevarnos hasta una puerta cerca del punto migratorio.
Luego de los trámites me encontré
viajando dentro de un taxi, acompañado por un español que tenía casi 20 años
residiendo en El Salvador, quien también llegaba a Bogotá para una
participación en la Cumbre.
La primera impresión que tuve de
Bogotá era de una gran ciudad, la noche me vestía todo en una casi penumbra,
iluminada un poco con una luna que acababa de ser llena y que me hacía mostrar
de alguna forma el horizonte lleno de cerros y montañas, los ciudadanos iban y
venían, sea en sus automóviles o en el Transmilenio, en calles que para mí eran
desconocidas pero que para ellos era una obviedad, uno tiene una sensación de
querer abarcar y comprender todo lo posible ese nuevo lugar.
“Vamos al centro”, así dijo el Taxista.
Y efectivamente nos llevó a un hotel ubicado en el centro de la ciudad, o al menos, lo que los colombianos consideran el centro, que en realidad es la periferia, Bogotá se construyó en las faldas de los Cerros Orientales, los cuales sirven de frontera natural con un área rural y con la selva la cual está a menos de 100 kilómetros de distancia.
Me di cuenta de ello gracias al
Google Maps, pues yo tenía la idea que el centro estaría realmente en medio de
la ciudad, al menos, en el caso de Bogotá, el centro termina siendo la periferia.
El Hotel Augusta, es agradable, tienen un buen servicio al cliente y es muy limpio, con habitaciones cómodas y está ubicado frente a
una calle peatonal que baja de la plaza de los periodistas. Se han creado
varios kilómetros de vías peatonales en el centro de Bogotá, donde se disponen
desde mesas de ajedrez, espacio para músicos y pintores, un par de vendedores
ambulantes eso sí, pero sin esa invasión de canastos y carpas como podría
observarse en San Salvador.
El Planetario
El planetario de Bogotá es una
enorme estructura que me recuerda a gigantesco caracol, pero un caracol
mezclado con una nave espacial, desde a distancia parece un platillo volador
que aterrizó en la zona comercial de Bogotá.
El edificio fue construido con la
monumentalidad que solo podía hacerse a finales de la década de 1960, el
planetario es una construcción emblemática en la ciudad y según German Puerta, el
equipo de proyección un Carl Zeiss de
1968 fue obtenido de la República Democrática Alemana en 1969 a cambio de varios
miles de quintales de café colombiano. Fue un buen cambio, dieron lo mejor de
cada país, con la diferencia que los alemanes orientales ya se tomaron el café,
mientras que los colombianos siguen disfrutando de su planetario.
La sala con sus 23 metros de
diámetro permite proyectar exhibiciones sobre el espacio, planetas y estrellas,
el mismo edificio posee un área administrativa, un área para niños, una pequeña
biblioteca especializada y una terraza de observación. En este lugar hace muchos años se construyó un reloj solar que permite, gracias a un ingenioso movimiento de
una hoja metálica el cálculo de la hora de Bogotá, el movimiento de esta hoja compensa la posición que tiene Colombia en la Tierra, pues Bogotá se encuentra a 4 grados 36 minutos norte. En la imagen inferior vemos a German señalando el rayo solar que muestra la hora que teníamos en esos momentos.
Creo que después de la sala de proyección,
lo mejor del edificio es el Museo del Espacio, considiero que en Latinoamérica no hay una exposición científica tan bien lograda como esta, un
visitante del Museo del Espacio aprende sobre las fases lunares, las
constelaciones del cielo y los equipos para observar, en donde destaca una
réplica de uno de los telescopios de Galileo Galilei.
El Museo del Espacio también muestra
varios documentales, que se proyectan de forma permanente, al entrar toda una
pared presenta las constelaciones del cielo y adentro, un espacio para
presenciar un documental sobre etnoastronomía de los indígenas Kogui de la
Sierra Nevada de Santa Marta.
Y al final, los visitantes se
despiden con un viaje sobre la Tierra desde el espacio.
Creo que lo más destacado, al menos para mí, fue una exposición donde varios astrónomos discutían teorías cosmológica, me dio gusto ver a Einstein comentando la expansión del Universo con Hubble, y luego éste último contraponiendo lo dicho por Einstein en cuando a los datos observados a través del corrimiento al rojo de las galaxias. Los personajes son actores que fueron filmados uno por uno, lo interesante es que la discusión ocurre dentro de un cuarto cerrado, en las paredes de la habitación se ubican varias pantallas con la imagen de cada personaje, el visitante se sienta en el centro del cuarto y puede entretenerse viendo de un lado a otro el debate entre científicos (Einstein, Hubble, Guht, Lemaitre, Gamov y Sidwick). Es una de las mejores herramientas educativas que yo he visto en mi vida a lo largo de los museos y países que he visitado.
Fue en este planetario que presenté mi conferencia, la cual terminó siendo una reflexión de la importancia científica de la Colombia del futuro, aquella de tiempos de paz.
Continuará…
2 comentarios:
Jorge, buena cronica, pero te quedas corto. Merece una segunda parte y tal vez una tercera. Saludos
Germán Puerta
Por supuesto, dice "continuará" porque si lo hago muy largo la gente no lo lee. Así estamos, en una cultura de lectura que no va más de 140 caracteres.
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